La música y el fenómeno Rosalía
Primary tabs
Entre la pintura, el cine, la literatura y la música, el arte que se ha desvalorizado, menospreciado y acabado en un segundo plano ha sido la música, sobre todo en la vertiente más popular. Hay varios motivos que han provocado este desastre musical. El primero de ellos, el propio transcurso del tiempo y la historia. Yendo atrás vemos que en la Edad Media el autor no era importante, al contrario, era anónimo entre otras cosas porque quien hacía la obra era lo de menos, lo que era importante era a quien iba dirigida, en la mayoría de los casos a Dios o a personalidades como reyes y nobles. En la literatura obras como El cantar del mio Cid, o en la música obras como Agnus Dei, no sabemos de quién son porque lo que acaba interesando es la obra propiamente dicha. Conforme fueron pasando los años el autor fue tomando protagonismo hasta que de manera definitiva el Romanticismo acentuó este hecho y a partir de entonces el nombre del autor comenzó a ser relevante. A partir de conocer el autor la estética cambió y se empezaron a crear mitos y leyendas que reforzaban la obra hasta el punto de que en muchos casos llegaba a dar igual si la obra era buena o no, lo importante era que la había escrito un autor y por este simple hecho ya se tenía que mirar con ojos concretos. Es decir, el análisis se hacía en función del autor cuando seguramente debería ser al revés: el análisis de la obra y la crítica sin tener en cuenta el nombre del autor. Después entrarían criterios económicos e intereses que empezarían a hacer que una obra sobresaliera por encima de otra independientemente de si era mejor o no. No obstante, a principios del siglo XX, la pintura, la literatura, el cine y la música aún conservaban un valor bastante parecido porque eran artes que se disfrutaban en solitario: leyendo un libro en casa, escuchando un disco de pizarra, contemplando un cuadro o mirando una película. Todo eran actividades individuales que si viene se podían compartir con gente acababan siendo muy personales y variaban en función de lo que recibía quien estaba disfrutando. En cuanto a la música la cosa se empezó a torcer con la aparición de la música más popular. El ejemplo más claro lo encarnan el rock o el pop. La música se empezó a disfrutar de manera colectiva, con amigos, se valoraba la estética, la forma de vestir y sobre todo el espectáculo. Era más importante la estética y la manera de relacionarse ante el público que si el cantante de turno afinaba al cantar o si el guitarrista sabía tocar. Este hecho marcaría un punto de inflexión sin retorno del que hoy sufrimos las mayores consecuencias. Mientras la literatura se sigue viviendo de manera individual, el ejemplo más claro es que nos sentamos a leer y dedicamos este tiempo delante del libro con los cinco sentidos. En la música este hecho ha derivado al contrario. Hoy día es muy raro que alguien coja un CD, un disco, un mp3 o lo que sea y se cierre un rato a escuchar la obra dedicándole los cinco sentidos. En cambio la música se utiliza de telón de fondo, mientras estás conduciendo, tomando una copa con los amigos, quitando el polvo o haciendo cualquier otra actividad. La música ha pasado a ser el plato secundario, el complemento.
El otro gran problema que ha sufrido la música ha sido que todo el mundo se ha atrevido. Dejando de lado la llamada música culta (sinfónica, ópera ...) los críticos y periodistas que han tenido voz en los medios, en la mayoría de los casos, no tenían ni el más mínimo conocimiento musical, es decir, no sabían nada de música y han ido más por cuestiones estéticas, modas, opiniones personales e intereses privados. En general todo el mundo tiene mucho respeto y no se atreve a decir si este autor de novelas o poesía es bueno o no argumentando que no sabe lo suficiente para hablar. Esto no ha pasado con la música popular donde todo el mundo se ha atrevido a dar su opinión, sea un disparate o no, en función de si le cae bien, le gusta, o es guapo o guapa. Y ya no hablamos de la música en directo, donde entre los grandes artistas mundiales lo de menos es si lo hacen bien o mal sino el show que han montado en el escenario. Sobre esto por ejemplo recuerdo la última vez que los U2 actuaron en el estadio olímpico donde la música era lo de menos, un sonido horroroso, pero eso sí, un espectáculo visual espléndido, con grandes pantallas, una estética trabajada y todo muy bien articulado. En la crónica de los periódicos, televisiones y revistas se dedicaban a elogiar el espectáculo visual y decir que habían tocado esa canción famosa, pero de crítica nada de nada. La estética se ha cargado la música, el arte y la verdad que expresa, lo que te llega. Uno de los últimos ejemplos de la decadencia de la música lo representa el fenómeno Rosalía. Ahora los llamados gurús musicales parecen estar contentos y encantados con esta nueva revelación de la música, recibe elogios y todo el mundo le tira flores. Yo no digo que esta chica no sepa cantar, al contrario, seguramente lo hace muy bien y es una gran artista. Ahora bien, no deja de ser un producto muy de nuestro tiempo basado en la estética y la primera impresión, un producto muy elaborado y estudiado desde aquella primera vez que con 15 años se presentó en un programa de televisión de un famoso "Talent show". A partir de aquí, la imagen, el marketing y sobre todo un trabajo visual muy elaborado han hecho de ella una figura de primer orden. Sólo hay que verla con aquel maquillaje, las uñas bien largas, el traje concreto, el tatuaje, el escote preciso, la coreografía y una campaña de marketing muy estudiada. Gustará mucho y tendrá mucho éxito pero habría que preguntarse si estamos hablando de la música o de otra cosa. Tendría el mismo número de seguidores sin el aspecto visual? Si sólo nos llegara su música la recibiríamos de la misma manera? Se haría el mismo tipo de crítica?
Cogiendo el ejemplo del flamenco, aquel con el que Rosalía se siente tan identificada vemos que este tenía muy poco que ver con la estética, sino con lo que salía del corazón, de la verdad, una forma musical mamada desde la cuna en comunidades gitanas y entornos muy concretos. Muchos de ellos nunca quisieron ni oír hablar de espectáculo o que se frivolizar con su arte. Cuando la música entra por los ojos en lugar del corazón el fenómeno artístico queda totalmente desvirtuado y asistimos a la agónica muerte de la música por la música.