Anna Pomerol me pidió que diijera unas palabras para despedir a Jordi Sabatés en el dia de su funeral.

Detrás de aquel hombre de aspecto fuerte y corpulento, con ese bigote blanco inconfundible y una mirada tierna con ademán sereno se escondía un pianista con un conocimiento, una sensibilidad y una expresividad mágicas, casi místicas. Yo que soy de otra generación y que le conocí cuando él ya era mayor me daba cuenta de la fortuna que tenía de poder escucharle. No tenía delante a un simple músico sino a una especie de hombre del Renacimiento, un Da Vinci del piano. No trataba las melodías como simples notas del pentagrama, ni desgranaba un virtuosismo mal entendido. Jordi encontraba la música. Era un humanista al piano, el último de una escuela que iba de Chopin a Scott Joplin, Frederic Mompou pasando por Jorge Luis Borges, Màrius Torres, Edgar Allan Poe o Georges Méliès. Establecía relaciones entre la música, la literatura, la filosofía, la matemática y la física.
La suya es una música humana, la de una escuela que marcha con él, la de un humanista de pies a cabeza, la de un músico emocionante, la de un gran creador, la de un hombre que se hacía querer.
Tendremos tu música, pero te echaremos de menos.